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De vuelta encontrada con la mufa

Lo peor es la calma (…)

la calma en sí, ese terrible vacío.

V. D.

 

En un club náutico cualquiera. En cualquier momento.

     

     No, imposible, amigo. De ninguna manera. Sí, lo entiendo perfectamente, estamos en el siglo XXI, pero la gente sigue creyendo en muchas pelotudeces… A un barco con ese nombre, el club no le puede dar una amarra. Yo no creo en la mufa, y tengo un gran respeto por el tipo, pero nadie va a querer amarrar su barco acá, y los socios van a poner el grito en el cielo… ¿Por qué no le cambia el nombre, el otro lo escribe en una madera y la deja en la sentina? No, no es que yo crea que cambiarle el nombre a un barco trae mala suerte, pero es la costumbre, son las tradiciones ¿vio?

Río de la Plata - Colonia, Pascua de 1974

 

     Ya no me quedaba nada por vomitar, pero la náusea y el mareo seguían. Con medio cuerpo en la cucheta de estribor, y medio en el casco, los bandazos no eran una caricia precisamente, pero mis veintipico los soportaban, sabía que navegar tenía cierto componente de sufrimiento. Crujidos varios, recipientes que rodaban por el piso, y del exterior, el gualdrapeo de la vela, el silbido del viento en los cables y las risas de los tripulantes. Uno de ellos, mi amigo Kike, el que me había invitado al crucero a Colonia. Te conviene acostarte adentro y cerrar los ojos. El sabio consejo ante mi malestar. Lástima, el viaje había empezado muy bien y yo gozaba de la navegación. Solo hubo un momento de tensión cuando hablé de Vito Dumas, un comentario al pasar. Allí aprendí que era mufa, que no se lo debía mencionar a bordo, que traía desgracia, etc. Algunos propusieron exorcismos diversos que involucraban a diversas partes de mi organismo, que afortunadamente se dejaron de lado.

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     Mis antecedentes en la náutica deportiva: la ritual lectura veraniega de “Mis viajes” de Vito Dumas y vagos recuerdos infantiles a bordo del Zonda, reforzados por fotografías en blanco y negro. El Zonda… un dibujo de Campos, un poco más grande que un grumete. Yo en las islas Bikini frente al puerto de Olivos, sentado en la arena, al lado de un ancla más grande que yo.  Tirando con mi hermano del cabo de proa.  Y el poder evocador del olfato, siempre: el olor a sentina, a velas húmedas, a barniz y trementina, a barro y pescado en el astillero del Tigre. Y un sueño recurrente: yo a bordo del Edy con mi abuelo Fritz.  No lo conocí, solo tenía una foto de él al timón, en la que yo me incluía.

    

     Pero ahora estaba en el Beachcomber, una yola de diecisiete metros de eslora, barco escuela prestado para el crucerito. Había que cuidarlo, única recomendación de Jorge Protta, su dueño y comodoro del Club Universitario de Buenos Aires… Por mi parte no haría nada que lo pusiera en peligro. ¡Peligro! Justamente, el cambio de las risas  por gritos e imprecaciones, sumados a un cambio en la escora, me quitaron instantáneamente el mareo –como si la adrenalina lo hubiese anulado–  y salí al cockpit. Se estaba tratando de virar, pero a pesar de los esfuerzos del timonel el barco permanecía con la proa al viento, y yéndose de costado hacia el enorme paredón lateral de un espigón, el cual se agrandaba rápidamente en mi campo visual. La fuerte corriente lo había hecho derivar, y había quedado sin gobierno. Una distracción del timonel de turno, de allí las puteadas diversas. Ayudé a soltar por la borda las defensas de goma, mientras oía la orden impartida de prepararse a evitar o amortiguar el golpe con el paredón. Fueron ocho manos al encuentro con la pared, que recuerdo llena de musgo y helechos, y que pasó velozmente como las imágenes de mi vida, a centímetros de la borda, hasta que la dejamos a popa y se pudo terminar la virada. 

 

     Luego del respiro y el análisis de los errores cometidos, pusimos rumbo al puerto de Colonia. Navegación tranquila y tripulación concentrada, amable conversación sobre temas técnicos y comentarios sobre accidentes en el río y su relación con el Innombrable. Silencio y miradas acusatorias. Pero yo absorbía ávidamente todo ese conocimiento y hacía preguntas. Ante una exposición sobre la tensión que debía darse a los obenques y estays, aprendí por ejemplo, que pellizcados, debían dar un Fa sostenido. Un obstáculo, pues siempre me llevé música a examen. Al entrar a puerto surgió un problema: yo no figuraba en el rol despachado en Prefectura, pues me habían invitado a último momento. Debía esconderme para que no me vieran las autoridades de puerto. Podía ser encarcelado… Así que la sugerencia fue quedarme en la conejera de proa, tapado con las velas y hasta nueva orden. Cada vez que asomaba la cabeza, me susurraban ¡abajo, abajo! Terminada la maniobra al crepúsculo, escuché aliviado que había pasado el peligro y podía salir. No fue la única vez en que se rieron tanto de mí.

 

     Nunca más me mareé a bordo, hice cursos de timonel, en los que la categoría de mufa de Vito Dumas, era un contenido más a enseñar. Tuve la suerte de reforzar mucho de lo aprendido a bordo del Bahía Paraíso y del Rompehielos Irizar, en dos campañas antárticas. Así aprendí que no solo mencionar al Innombrable trae mala suerte, hacer un muñeco de nieve en la cubierta del buque, también.

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San Fernando, 1984

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     Poco tiempo después compré con un amigo un pescador de cinco metros de eslora, que estuvo más tiempo en tierra que navegando.  Aprendimos (es un decir) las artes del calafateo con pabilo y brea. Era muy celoso, nos dijeron, así que le cambiamos el quillote por uno más grande y pesado, artesanal y de cemento. Era raro estar fratachando en un club náutico.

―¿Cómo va el barquito?

―Bien, estamos dando el revoque grueso, después el fino y listo…

No estábamos muy seguros de su fijación al casco, el momento era grande y se movía un poco… Y navegando se movería más. Riostras, póngale riostras y chau, dijo el encargado. Así que abulonamos dos flejes de acero: una punta al casco y otra al quillote. El accesorio, le daba al patacho un aspecto de alíscafo. La única vez que lo pudimos hacer navegar, en lo mejor, mi socio se mareó y hubo que volver.  Vivíamos reformándolo, arreglando detalles, aunque nos gustaba el paseo a San Fernando, ir al Puerto de Frutos del Tigre, comer en alguna parrillita…Nunca habíamos mencionado al Innombrable, pero problemas económicos y de falta de tiempo lo hicieron naufragar dos o tres veces en la amarra más barata que conseguimos. Es muy difícil tener un barco en sociedad: a mi socio le interesaba más lo periférico de la náutica, que navegar; así se lo dije. ¿Y cuál es el problema? me contestó. Finalmente le cambié mi parte por su Miranda  Reflex. Quienes luego se lo compraron, navegaron maravillosamente.  Cuando mi ex socio mejoró su capacidad adquisitiva compró uno más grande y de plástico. Entonces logró sus objetivos mayores: ponerse una gorra de capitán, y comer fideos a bordo, siempre en la amarra y sin pronunciar el nombre fatídico. Siguió mareándose.

Luego de esta pobre experiencia, hubo varias salidas con amigos a la barra del San Juan y a Colonia, en las que realmente disfruté la navegada. Y hubo una tarde gloriosa en que fui invitado a navegar en el Fortuna y tuve el placer de timonearlo. No sé si fue la falta de costumbre con un timón de rueda o la emoción, que me costaba bastante mantener el rumbo…

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                          Yacht Club Argentino, Dársena Norte, abril de 1932

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― ¡Qué asco! ¡cómo quedó todo! Nunca vi tanta gente junta en este lugar, parecía una manifestación radical ―dijo Charly

―¡Cruz diablo! ¡Gracias Uriburu! Una chusma nunca vista aquí. Pero bueno, el tipo se mandó una linda navegada en solitario desde Arcachón, che. No es moco de pavo, ya es un ídolo popular, qué le vamos a hacer. ¡Antonio! Otra vuelta de gin tonic…

―Ahí están amarrando Freddy y Macoco, ¡para cuatro, Antonio!. Che Tobi, ¿pudiste hablar con el tipo, cómo era? …Dumas.

―Casi nada. Es entre hosco y tímido. ¿Sabés que no tiene ni el bachillerato? No tiene nada que ver con los Dumas de la nobleza española, francesa, ni con los del campo, che. Parece que es chacarero, dijo que no navegaría más y que se iba a trabajar un campito en Capitán Sarmiento o algo así. Un campito…El tipo no es del ambiente. Acá navegó un poco con barcos del Club Belgrano. Se fue a Francia a cruzar el Canal de La Mancha a nado, y no le alcanzó la plata. Compró el ocho metros clase internacional que estaba en tierra hace rato y hacía agua por todos lados. Se jugó a cruzar desde Francia y le salió bien. Bueh, más o menos porque le pasó de todo…

―También, achicando con balde, sin comida casi, sin abrigo. Sabes el frío que debe haber pasado en el Golfo de Vizcaya… Atérmico como los locos. Es un chiflado.

―Estuve a bordo del LEHG... Nombre raro, ¿no? Vos sabés que tenía una cocinita sin suspensión cardánica, el compás magnético era de los viejos y no tenía bomba de achique.  Por eso los baldes. Precioso el ocho metros, pero en los pocos minutos que estuve a bordo vi como hacía agua. Y adentro había que estar casi en cuatro patas, es un barco de regatas… Yo no sé cómo se animó.

― Y, dice que a veces sacaba ochenta baldes por día… ¡Antonio!.

― Aquí estoy, señor. Disculpe, es que hay mucha gente, no doy abasto.  Cuatro gin tonics, servido.

―¿Pasó algo?

― Hay reporters de varios diarios, por lo de Dumas. El club acaba de nombrarlo socio honorario.

― ¿Y Dumas dónde está?

― No sé, están tratando de ubicarlo. Usted ya vio como es…

Yacht Club Argentino, Dársena Norte, agosto de 1943

―Che, ¿y Tobi?

―Salió con Macoco y Freddy, Charly. Dijeron que venían para el copetín. Mientras, pidamos algo. ¡Antonio! ¿Dónde se metió este tipo?

―¿Señor?

―Traéme un mazagrán bien frapé, y un gin tonic para el señor. ¿Qué te pasa que tenés la cara de mate lavado?

―Tuve una discusión con la comisión directiva. Pedí aumento de sueldo y se niegan…

―Bueno, Antonio. Ya te aumentarán…

―A mí en el sindicato me dijeron que por el tiempo y tareas que tengo asignadas, debo cobrar más.

―¿Sindicato?

―Disculpe pero tengo que seguir atendiendo. Si me necesita me llama.

―¿Te das cuenta, Coco? Esta revolución no es como la de Uriburu. Le están metiendo cosas raras a estos negros en la cabeza. ¡Sindicato! Este país se va al tacho. Psss. Además, mira la roña que hay, la sirvienta se está rascando, habría que rajarla y chaupinela. Encima con la mugre que dejaron. Che, cincuenta mil personas ¿puede ser? Digo en la recepción a Dumas…

―¡No lo nombres, pastenaca! Es mufa. Yetattore.  Decí “Innombrable” o LEHG II, al menos el barco de Campos y Parodi se dio la vuelta al mundo. Cualquiera lo hace con ese barcazo. Y bien que pidió guita prestada desde Sudáfrica, y me dijeron que el club le mandó sin consultar a nadie… ¿Será cierto?

Yacht Club Argentino, Dársena Norte, agosto de 1949

―¡Esto es el acabóse! Un civil ignoto, de ninguna familia bien, es nombrado oficial por Perón…

―¿Civil?

―El Innombrable, nada menos. Teniente de Navío de la Reserva Auxiliar del Cuerpo de Marina de Guerra. Ayer vi el nombramiento, Orden General 238, del Ministerio de Marina, por su pericia náutica y vocación por el mar, etc. El máximo cargo naval que se puede otorgar a un civil. ¿Entendés Coco?

―¿Y el almirante qué dice?

―¿Qué va a decir? Que le van a ofrecer además la conducción de una Escuela de Náutica Popular o Nacional, algo así, para lo que van a comprar un barco, una goleta, dicen. Adiviná qué nombre le pondrán.

―Y, seguro le ponen el de la Perona, o justicialista…

―No, “Juan Perón”. Si todo se llama igual… Pero los marinos están que trinan… Un tipo que en plena vuelta al mundo fue agasajado por un submarino nazi ¿Sabías?  ¡Antoooonio!  Y cuando, antes de llegar al Cabo, lo paró una patrulla inglesa y le preguntaron si había visto naves alemanas, les dijo que no.  Por eso les gusta a estos nazis…

―Necesito algo fuerte. ¡Antooooonio!

―¿Señor?

―¿Y vos quién sos?

―El hijo de Ántonio, pero todos me llaman Toño. Mi padre ha enviado el dínero del pásaje a Sántiago del Éstero. Allí nací, pues.

―¿Y tu padre?

―Está de vácaciones, porque se las debían. Yo lo réemplazo y si me porto bien, seré éfectivo. ¿Qué se van a servir?

―¿De vacaciones?

―No sabe si va a Émbalse o a Chápadmalal. Tienen cónvenio con el gremio. No tiene que pagar nada, pero igual ahorró parte del águinaldo…

―Aguinaldo, sí. Traéme un whisky doble, del importado.

―Que sean dos, Toño. Esperá ¿que opinás del Innombrable? ―preguntó, desanimado, Charly.

―No sé de quién habla, señor…

―Eh… nuestro navegante solitario.

―Vito Dumas.

―Ese ― dijo Charly, mientras hacía cuernitos.

―Un héroe, un ídolo pópular, como el Firpo, iá. Dio la vuelta al mundo por la ruta ímposible…

―¿No sabés que es mufa? La última que te puedo contar es que el domingo un memo pronunció su nombre en el barco de Freddy, y la botavara del mesana se partió ipso facto.

―Señor, con todo réspeto, el márinero me hai dicho que dijo de achicarle paño porque sóplaba un viento bástante fresco, era péligroso para la bótavara que estaba media media, y el señor Freddy se hai négao…

―Traé los whiskies, andá.

 

                     En algún club náutico. En un deseable y cercano futuro.

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     …Vea, yo no creo en esa pavada de la mufa, y tengo un gran respeto por el tipo, pero nadie va a querer amarrar su barco, los socios se van a quejar (…) ¿Le parece? (…) ¿Tanto cambió la cosa? No, no vi el documental de Petriz (…) Mire voy a averiguar un poco más y lo charlo con la Comisión Directiva. (…) No, gracias a usted… Nos vemos.

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     El secretario del club, cansado de lidiar con esta historia, se dedicó a leer y tomar notas sobre todo lo que había sobre Dumas. Sus libros “Solo rumbo a la Cruz del Sur”, “Mis viajes” y “Los 40 bramadores”. Los de quienes habían escrito sobre él, revistas de época, reportajes a sus conocidos… Así descubrió que la pavada de la mufa nació en Arcachón: sus compatriotas bromeaban con que lo rodeaba la mala suerte: no había tenido éxito en sus cruces a nado del Río de la Plata, y ni lo había podido intentar con el Canal de La Mancha. Ahora con ese barco viejo “no llegaría ni a salir de la Bahía de Arcachón…”. Pero ¡caracho! si era cierto lo de la suerte, jamás habría salido del Golfo de Vizcaya en el invierno europeo, ni habría podido dar la vuelta al mundo en plena Segunda Guerra, doblar el Cabo… Solo Al Hansen había logrado doblar antes el Cabo de Hornos en solitario (y no salió vivo) y Chichester más de veinte años después.

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Nota 1) Es la hazaña más inaudita que hombre alguno haya cumplido en el mar. “En los límites de lo posible”, Jean Merrien

Nota 2) En la biblioteca del Liceo Naval Almirante Brown había una buena provisión de libros escritos por navegantes solitarios: Slocum, Gerbault, Chichester, Moitessier, Tabarly... Pero ninguno de Vito Dumas, pese a que tres de esos navegantes lo nombraban con admiración. Ningún profesor de vela o de navegación nos habló de él.  J. B. Duizeide (comentario personal)

Nota 3) El primer Premio Slocum, nombrado en honor al Capitán Joshua Slocum, el primer hombre que navegó solo en todo el mundo, fue otorgado en 1956 a Vito Dumas por sus viajes en solitario:

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                            En el mismo club náutico. En un deseable y cercano futuro.

     Vea amigo. Tuve una serie de reuniones con la Comisión Directiva, nos peleamos bastante, pero al final venció la razón sobre los tilingos y la superchería del ambiente. Se entendió que había que reparar esta injusticia.  Por voto casi unánime, hemos decidido hacer punta en esta patriada y aceptar que amarre su barco aquí, y con el dignísimo nombre de Vito Dumas. Y al que no le guste, que se vaya. (…) No, por favor, gracias a usted.  Lo esperamos.

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Entre Traslasierra y Tigre,

con mi agradecimiento a Rodolfo Petriz

Enero – abril 2020

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